El propósito de las siguientes líneas es esbozar de forma breve aquellos aspectos más importantes del libro de Albert Ellis y Raymond Chip Tafrate “Controle su ira antes de que ella le controle a usted”. En un primer lugar, se expondrán los motivos por los cuales se considera pertinente hablar de esta temática en términos generales y en términos más actuales. El Trastorno Explosivo Intermitente (TEI) consta de una prevalencia entre el 1,4% y del 7%. Por otro lado, a la época actual de confinamiento tan longevo se suma la sombra de la violencia intrafamiliar. De ahí se desprende, a juicio del autor, la necesidad de abordar este tema, apoyándose en el libro que motiva esta reseña.
La época que estamos viviendo demanda de nosotros recursos que hasta hace poco teníamos olvidados o a los que habíamos tenido que acudir en momentos muy puntuales o por períodos breves de tiempo.
Se puede hablar en estos casos de aspectos como la resiliencia, la paciencia o la perseverancia entre otros. Esta situación y sus características pueden producir en nosotros reacciones de irritabilidad y enfado.
Muy probablemente el lector haya sentido, al salir a la calle, las miradas de desconfianza de otros ciudadanos, o cierta irritabilidad referida a la mera presencia de otras personas en el supermercado o el transporte público. Además, la preocupación por la salud se ve acompañada de una preocupación de corte económico que no facilita alcanzar estados de ánimo especialmente positivos. Si a esto le sumamos un confinamiento extendido en el tiempo, con la sombra de la violencia intrafamiliar flotando sobre nuestra sociedad, obtenemos una mezcla de lo más explosiva y necesaria de aplacar. Con todo esto, es más que probable que se den reacciones de enfado o ira. He aquí la utilidad de este libro tanto para el momento presente como para otros momentos no exclusivamente relacionados con el confinamiento y las consecuencias de éste.
El interés de este libro reside en varios pilares. Por un lado, la manera en la que está escrito lo hace enormemente asumible para pacientes y profesionales de la salud mental. Su lenguaje ameno y explicativo le proporcionan una notable utilidad. Por otro lado, el libro aúna varios aspectos enormemente importantes y que se podrían enmarcar en las terapias de tipo cognitivo-conductual: aborda el poderosísimo componente cognitivo de la ira, así como técnicas más procedimentales y comportamentales para amansar reacciones propias del enfado. El libro, asimismo, no edulcora el tema que le compete: la ira presenta unos efectos devastadores para el individuo y su entorno. Mi experiencia en el campo de la clínica con personas que sufren este tipo de problemática me reafirma en el acierto de comentar este último aspecto y en la enorme necesidad de darle su cabida a lo largo del proceso terapéutico: estas consecuencias devastadoras no son en absoluto eludibles.
Este libro es además una extraordinaria oportunidad para adentrarse y comprender la principal aportación de Albert Ellis, que podría resumirse de la siguiente manera: uno no se siente de determinada manera por el acontecimiento o hecho en sí, sino por el significado o la interpretación de ese mismo hecho. Esto significa que el resultado emocional no dependerá del evento, sino de lo que pensemos al respecto. Si me molesto porque mi familia no me presta ayuda, no es solamente por ese hecho, es por lo que significa para mí (“Yo siempre les ayudo y ellos no me ayudan nunca”). Aquí reside la importancia del libro objeto de este análisis. La ira, o el resultado emocional, no es debida al acontecimiento o a “lo que ha pasado”: es debido a qué significa para la persona lo que acaba de pasar.
Por ejemplo, un hombre puede sentirse molesto cuando su mujer le dice que no presta suficiente atención a sus hijos. A ese evento puede, muy probablemente, seguir un pensamiento como “Estoy harto de me vea como un mal padre”. Su mujer no ha dicho que él sea un mal padre, ha dicho que no presta suficiente atención a sus hijos. Hemos ahí el poder de las interpretaciones que nosotros hagamos en relación a lo que nos ocurre. Ese hombre se siente mal por pensar que su mujer le vea como un mal padre, no por lo que ella dijo.
Diversos estudios encuentran una relación positiva entre la impulsividad, la ira y la impaciencia. Cabe, en este contexto, mencionar la elevada de tasa de abandonos (egosintónico y suele provenir por parte de otra persona) cuando la ira es motivo de consulta. Como decíamos, la ira correlaciona con la impaciencia. Esto podría explicar que las personas que padecen este problema cuando no obtienen resultados deprisa, abandonan el tratamiento; cuando obtienen resultados deprisa, abandonan el tratamiento; cuando la pareja les deja, abandonan el tratamiento y cuando la pareja no les deja, también suelen abandonar el tratamiento.
Esto es una llamada a la responsabilidad y el compromiso por parte de aquellas personas que se sientan identificadas con lo que se ha descrito a lo largo de estas líneas. Lejos de culpabilizar, el propósito es también hacer visible el sufrimiento de la propia persona, no solamente de su entorno. A pesar de ser la familia, los amigos, los compañeros de trabajo el termómetro más fiable, la cara visible de las consecuencias, el sufrimiento que padece la persona está lejos de ser un villancico.
Quien “tiene” arranques de ira, explosiones de enfado y actitudes enormemente hostiles a ojos de los demás, también “tiene” una arrolladora sensación de culpa, disgusto e inadecuación, que, sostenidos en el tiempo, facilitarán a su vez un nuevo episodio de enfado.
Este libro puede ser de enorme utilidad también para ellos: hablar de nuestros aspectos más lesivos y “repugnantes” con un desconocido puede no ser plato de buen gusto para todos. El uso de un libro como el que se está comentando puede servir de hoja de ruta, de material a modo de refugio al que acudir. Además, este libro no es indiferente a esto que comentamos: lejos de aplastar cualquier tipo de enfado futuro, también se hace referencia a la función de un enfado adaptado a la situación, como el establecimiento de límites, el hacer partícipes a los demás de aquello que hacen y nos disgusta, etc. Es decir, el enfado forma parte de la vida y cuenta con una función necesaria, siempre y cuando exista una pertinencia y proporcionalidad.