Al pensar en nuestra infancia, ¿cuántos de nosotros podemos recordar a nuestros padres, profesores y abuelos animándonos (enfáticamente) a dar las gracias cuando recibíamos un regalo o cuando alguien nos ayudaba con algo?
En lo que a mí respecta, recuerdo que mostrar gratitud y aprecio por lo recibido era tremendamente importante para los adultos con los que crecí. Si bien llegué a comprender con el paso del tiempo que las personas se sentían bien cuando yo les daba las gracias, mucho antes de que el concepto de empatía entrase a mi consciencia, yo vivía la gratitud como como una regla, una cosa más que “había que hacer”: Dar las gracias equivalía a ser cortés.
El ser cortés siempre ha sido y continúa siendo una cualidad muy valorada entre los seres humanos. Todos querríamos asegurarnos de que nuestros niños la llevasen consigo a lo largo de sus vidas. La cortesía habla bien no solo del niño que la práctica, sino del adulto responsable de haberla enseñado. Es una habilidad social que abre puertas. Podríamos decir que sólo nos deja ganancias. Y es, sin embargo, tan sólo una pequeña parte de algo mucho más grande: La gratitud.
Si fuésemos conscientes del peso psicológico que tiene la gratitud como valor vital, estaríamos menos preocupados por la simple cortesía y mucho más centrados en cultivar la gratitud, convirtiéndola entonces en una necesidad. Nos preocuparíamos tanto de ella como nos preocupamos de fomentar, por ejemplo, la habilidad matemática en nuestros hijos.
En términos generales la gratitud se asocia con la capacidad de dar las gracias, pero el interés de la psicología en la misma y las investigaciones que se han realizado como consecuencia de ello nos han permitido comprender que encierra una mayor complejidad.
Dicha complejidad queda perfectamente esclarecida por Robert Emmons, reconocida figura en lo que a gratitud respecta. Es profesor de psicología en la Universidad de California y se le considera uno de los mayores expertos mundiales en el campo que nos ocupa. Para él, la gratitud es un proceso que consta de dos partes.
La primera gira en torno a reconocer lo bueno presente en la vida del individuo.
Se podría decir que la gratitud inicia cuando la persona se detiene, presta atención y por ende, se da cuenta de que ha recibido algo (sea en el momento, en un pasado reciente o lejano).
La segunda parte del proceso consiste, según Emmons, en reconocer que la fuente de eso bueno que se ha recibido yace, al menos en parte, fuera del “self” (yo). Dicho de otro modo, la gratitud está directamente relacionada con la humildad, porque la persona se hace consciente de que alguien o algo lo ha provisto de cosas que han contribuido a su bienestar.
A título personal, reconozco que a mi todo me suena como un gran regalo. Un proceso mágico por medio del que podemos apreciar bonanza en nuestra propia existencia, y contactar así con emociones positivas. Pero los beneficios de la gratitud van más allá: Los experimentos en materia de gratitud la han relacionado directamente con una mirada más optimista hacia la vida, mayor sensación de conexión con los demás, mayor longitud y calidad de sueño y con la disminución de quejas somáticas tales como el dolor. (Extracto y traducción de una entrevista a Robert Emmons para el blog SharpBrains, 2007).
¿Cómo podemos entonces enseñar a nuestros chicos el valor dela gratitud, la cual, si bien incluye la cortesía, la trasciende?
- Modelar la gratitud: Hace muchos años ya, los psicólogos conductista comprendieron (a través de sus investigaciones) que una parte fundamental de la experiencia de aprendizaje de un comportamiento, reside en demostrar de una manera visual los pasos que conlleva para que el mismo pueda ser reproducido por el observador. Si queremos cultivar la gratitud en un niño, tenemos que enseñarle cómo se ejecuta.Imaginemos que vamos a dar un paseo por el parque o la sierra en pleno otoño. Esa sería una oportunidad perfecta para practicar el ser agradecidos. Como adultos podemos modelar la sorpresa y el entusiasmo de poder ver todas las tonalidades de amarillo, naranja y rojo. ¿Cómo?: abriendo nuestros ojos, utilizando un tono de voz alto y enumerando de manera detallada lo que vemos que nos causa fascinación. Para concluir podemos verbalizar lo mucho que nos alegra el poder estar ahí juntos experimentado todo eso.
- Crear rituales familiares: Crear un ritual de gratitud no tiene por qué ser algo complejo. Simplemente se trata de buscar un momento del día en el que los miembros de la familia puedan expresar los motivos por los cuales se sienten agradecidos (quizás a la hora de cenar o después de la lectura del cuento antes de dormir). La edad de los chicos va a influir en las palabras que se escojan para expresar el mensaje. Si estamos con un niño pequeño, de 3 ó 4 años, se pueden utilizar expresiones más simple como por ejemplo: Estoy muy feliz porque hoy…X.Si los horarios de la familia son complejos y cuesta que todos puedan estar presentes a la vez, se puede crear el “frasco/tarro de la gratitud”. Se trata de asignar un color diferente de papel a cada miembro de la familia. Al transcurrir la semana, cuando uno de ellos se sienta feliz o agradecido por algo, lo escribe y deposita en el frasco. Al llegar el fin de semana la familia puede sentarse a compartir una merienda mientras lee el contenido del frasco/tarro.
- Fomentar la expresión explícita de agradecimiento a través de cartas de gratitud. La definición de gratitud de Robert Emmons refleja que es un proceso activo, que requiere de reflexión e intencionalidad. Si fomentamos que nuestros chicos escriban notas de gratitud, estaremos ayudándoles a detenerse y pensar en los gestos y acciones que personas de su alrededor han realizado para con ellos, permitiéndoles así experimentar emociones positivas y agradables. Así mismo, estaremos brindándoles la oportunidad de presenciar cómo pueden contribuir al bienestar emocional de la persona que recibe las gracias
Departamento Psicológico, Psicoterapéutico y Coaching
Psicóloga
Niños, adolescentes y adultos
Idiomas de trabajo: Español e inglés