Jacques Lacan fue un psicoanalista y psiquiatra de origen francés. Nacido en París el 13 de abril de 1901, es conocido por su “retorno a Freud”, actualizando y modificando la teoría de Sigmund Freud, conocido por todos como el padre del psicoanálisis. Su evolución teórica provoca la escisión de la Sociedad Psicoanalítica de París. Dicha evolución se caracteriza especialmente por un sustancial abandono de los aspectos más puramente biológicos, confiriendo una enorme importancia al lenguaje de cara a la comprensión de los pacientes, el cual, según su concepción, estructura el inconsciente a través de sus códigos.
El objetivo del presente escrito no es tanto aportar una explicación biográfica de Lacan, si no describir de forma breve pero clara alguna de las aportaciones más curiosas que esta figura del psicoanálisis produjo en esta corriente, así como algunos datos que rindan cuenta de la particularidad de esta figura del psicoanálisis. Este no es sino un primer contacto con la teoría de Lacan. En artículos posteriores se profundizará en otros aspectos.
Escansión
Una de las características de la terapia psicoanalítica de marcado enfoque lacaniano es el conocido corte de sesión o escansión. Se dice que la utilidad de este corte es el puntuar, el hacer hincapié en una verbalización llevada a cabo por el paciente y que guarda una enorme relación con los conflictos intrapsíquicos de éste.
El objetivo fundamental de este corte de sesión es fomentar la reflexión del paciente sobre lo que dijo, abrir la puerta a un discurrir por parte del sujeto.
Partiendo de la premisa que dice que el inconsciente se estructura como un lenguaje, Lacan se negaba a plegarse a la norma de la duración de las sesiones (que debían durar 50 minutos según la IPA).
Descrito por él como un imperativo obsesivo, esta duración rígida no respetaba las puntuaciones del sujeto en su discurso (y por ende, sus contenidos inconscientes), ya que el inconsciente, según Lacan, no obedece nunca a un tiempo preestablecido. Al cortar la sesión en este punto, el analista realiza una acentuación en forma no verbal, dejándole entrever al paciente que lo que ha dicho se trata de algo significativo y que no debe ser tomado a la ligera. El analista no es en absoluto un oyente neutral. Deja muy claro que ciertos puntos, que seguramente guarden relación con la revelación de un deseo inconsciente y con un goce previamente no admitido son cruciales. El analista dirige la atención hacia ellos, recomendándole al paciente más o menos directamente que piense en ellos y los tome seriamente.
Los pacientes no tienden a hablar y puntuar espontáneamente los temas más importantes. Es más, desde el punto de vista psicoanalítico, los pacientes tienden en mayor medida a evitar aquellos aspectos. Ejemplo de ello son los temas relacionados con la sexualidad, evitando, por ejemplo, asociar sueños y fantasías con elementos que conllevan mayor carga sexual.
Muy probablemente el lector se preguntará qué se espera de uno cuando acude a un terapeuta de orientación lacaniana. Pues bien, el análisis no requiere que relatemos toda nuestra vida en detalle ni toda nuestra semana y sus pormenores. Hacerlo convierte automáticamente la terapia en un proceso infinito. Para que el analista pueda involucrar al paciente en un verdadero trabajo analítico, no debe tener miedo en dejar claro al paciente que el contar historias, los relatos detallados de lo que pasó en la semana y otras formas de discurso superficial no son el material del análisis, aunque, por supuesto, puede ponerlos al servicio del análisis. El terapeuta tenderá por tanto a cambiar de tema en lugar de intentar, de forma obstinada, a encontrar algo de significación psicológica en los detalles de la vida cotidiana del paciente.
Cuando el analista de repente concluye una sesión, puede acentuar la sorpresa de lo que el paciente ha expresado, o introducir el elemento de sorpresa a través de la escansión, dejando que el paciente se pregunte qué fue lo que el analista escuchó y que él mismo no logró escuchar. Cuando las sesiones de tiempo fijo son la norma, el paciente se acostumbra a tener una cantidad de tiempo determinado para hablar, y calcula cómo rellenar ese tiempo, cómo hacer un mejor uso de él. Los pacientes saben a menudo que el sueño que tuvieron es lo más importante que deben relatar para su análisis. Sin embargo, tratan de hablar de muchas cosas de las que quieren hablar antes de llegar al sueño, si es que llegan a él. Establecer una duración determinada de la sesión no sirve, según Lacan, sino para alimentar la neurosis del paciente: el uso que hace del tiempo previsto para él en la sesión es una parte indisociable de su estrategia neurótica, que involucra la evitación, la neutralización de otras personas y demás.
El diagnóstico lacaniano
Para los profesionales que trabajen con los sistemas diagnósticos predominantes como el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), la sistematización llevada a cabo por Lacan resultará enormemente simplista. No obstante, ésta implica también precisiones mucho mayores respecto de lo que generalmente se considera que es un diagnóstico en buena parte del ámbito de la psicología y la psiquiatría. Los criterios diagnósticos de Lacan se basan fundamentalmente en la obra de Freud, siendo ésta ampliada en multitud de ocasiones, y en el trabajo de algunos psiquiatras franceses y alemanes como Kraepelin o Gatian de Clérembault.
En lugar de tender a multiplicar todavía más las ya numerosas categorías diagnósticas, de modo que cada nuevo síntoma o conjunto observable es considerado como un síndrome separado, el esquema diagnóstico de Lacan es enormemente simple, pues incluye solamente tres categorías principales: neurosis, psicosis y perversión.
A diferencia de las categorías diagnósticas como el DSM, los diagnósticos lacanianos proporcionan al terapeuta una aplicación inmediata, en la medida en que guían los objetivos del terapeuta e indican la posición que éste debe adoptar en la transferencia. La teoría lacaniana demuestra que ciertos objetivos y técnicas utilizados con los neuróticos son inaplicables con los psicóticos. Y esas técnicas no solo son inaplicables, sino que incluso pueden resultar peligrosas, puesto que pueden disparar un brote psicótico.
El diagnóstico no es, por tanto, una cuestión formal de papeleo, tal como requieren las instituciones sanitarias. Es fundamental para determinar el abordaje general que el terapeuta adoptará para el tratamiento de un paciente individual, para situarse correctamente en la transferencia y para realizar las intervenciones apropiadas. Lacan trata de sistematizar las categorías de Freud ampliando sus distinciones terminológicas. Lacan distingue entre categorías diagnósticas en función del mecanismo de defensa operante.
Es decir, las tres principales categorías diagnósticas adoptadas por Lacan son categorías estructurales basadas en tres mecanismos diferentes o formas diferentes de negación. Encontramos entonces que para la neurosis el mecanismo fundamental es la represión, para la perversión es la renegación y para la psicosis la forclusión. Retomando a Freud, el cual decía que mecanismo y estructura no son meras compañeras que presentan una fuerte correlación entre los pacientes. El mecanismo de negación es constitutivo de la estructura. Esto quiere decir que la represión es la causa de la neurosis, así como la forclusión es la causa de la psicosis.
Diversos estudios encuentran una relación positiva entre la impulsividad, la ira y la impaciencia. Cabe, en este contexto, mencionar la elevada de tasa de abandonos (egosintónico y suele provenir por parte de otra persona) cuando la ira es motivo de consulta. Como decíamos, la ira correlaciona con la impaciencia. Esto podría explicar que las personas que padecen este problema cuando no obtienen resultados deprisa, abandonan el tratamiento; cuando obtienen resultados deprisa, abandonan el tratamiento; cuando la pareja les deja, abandonan el tratamiento y cuando la pareja no les deja, también suelen abandonar el tratamiento.
Homosexualidad
Mientras que la corriente psicoanalítica predominante en la época de Lacan afirmaba rotundamente que los homosexuales no podían ejercer el trabajo de psicoanalistas, Lacan rompió con esta preconcepción, dando a entender que los homosexuales sí podían ejercer como tal. Roudinesco, psicoanalista de origen francés, afirma que Lacan aceptaba asimismo a pacientes homosexuales, sin el objetivo de adentrarles en lo que por entonces se consideraba la normalidad.
La Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) contaba en la década de 1920 con un comité encargado de gestionar esta cuestión. La rama berlinesa de dicha asociación decía así: “(la homosexualidad) es un crimen repugnante: si uno de nuestros miembros lo cometiera, nos comportaría un grave delito”, llegando incluso a considerarse como una “tara”.
En este sentido, la posición de Lacan resultó novedosa, evitando rechazar a homosexuales en su formación como analistas. Esta negación al estigma predominante, junto con su negación a establecer un tiempo determinado en las sesiones, así como su oposición al academicismo propio de la IPA conllevó su expulsión de esta institución en 1963.
A continuación, se ampliarán algunos de los aspectos descritos unas líneas más arriba, profundizando en las estructuras y en los pormenores que distinguen a dichas estructuras desde el punto de vista de Lacan.
Con anterioridad, se esbozaron de forma breve algunos de los aspectos más curiosos y característicos de Jacques Lacan. Esta no es sino una continuación de lo anterior, donde profundizaremos de forma sintética en una de las categorías diagnósticas descritas por Lacan: la neurosis. Retomando lo dicho en el anterior artículo, el abordaje lacaniano del diagnóstico puede parecer extraño y simplista para aquellos profesionales familiarizados con otras categorías diagnósticas como es el caso del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM). El propósito de este artículo no es resaltar los posibles defectos de estos instrumentos diagnósticos.
El objetivo es describir una alternativa en un contexto donde la psicología ha tendido en gran medida a aproximarse a la medicina -y por ende, a la psiquiatría-, intentando operativizar y cuantificar aspectos que, al fin y al cabo, resultan intangibles. El diagnóstico lacaniano, en lugar de multiplicar las categorías diagnósticas, incluye tres categorías principales: neurosis, psicosis y perversión.
A diferencia de otras categorías diagnósticas, proporcionan una aplicacióninmediata al terapeuta, guiándole en sus objetivos e indicando la posición que éste debe asumir en la transferencia. Un aspecto interesante de este abordaje es que las personas que son habitualmente consideradas “normales” (Cabría preguntarse qué es normalidad y qué no lo es) no tienen una estructura especial propia. Por lo general, son neuróticas en términos clínicos. Esto quiere decir que el mecanismo de defensa básico es la represión. Freud sostenía lo siguiente: “Si adoptamos un punto de vista teórico y desatendemos el aspecto de la cantidad, podemos afirmar que todos estamos enfermos, o sea, que todos somos neuróticos, ya que las precondiciones para la formación de síntomas, a saber, la represión, también pueden observarse en personas normales”.
A diferencia de otras estructuras como la psicosis, la neurosis se caracteriza por la instauración de la llamada Función paterna, la asimilación de la estructura esencial del lenguaje, la primacía de la duda sobre la certeza, un considerable grado de inhibición de las pulsiones que se opone a su puesta en acto libre de inhibiciones, la tendencia a encontrar más placer en el fantasma que en el contacto sexual directo, el ya mencionado mecanismo de la represión, el retorno de lo reprimido en forma de lapsus, actos fallidos y síntomas, etc.
A diferencia de la perversión, la neurosis implica el predominio de la zona genital frente a otras zonas erógenas, cierto grado de incertidumbre respecto de lo que excita y lo que no o una importante dificultad para lograr la satisfacción aún sabiendo lo que excita. La represión: “Lo esencial en la represión no es que el afecto esté suprimido, sino que está desplazado y es irreconocible” Lacan, Seminario XVIII, p.168.
Como decíamos anteriormente, el mecanismo fundamental que define la neurosis es la represión. Este mecanismo es el responsable de que, mientras que,en la psicosis, tal y como veremos en el siguiente artículo, el paciente es capaz de revelar toda su “ropa sucia” sin aparente dificultad, el neurótico mantiene esas cosas ocultas para los demás y para sí mismo. A diferencia de la neurosis, en la psicosis no hay inconsciente, ya que éste es resultado de la represión. La represión puede ser descrita como la expulsión de la psique de pensamientos o deseos que no son aceptables para nuestra visión de nosotros mismos o para nuestros principios morales. Además, ésta puede explicarse como una atracción ejercida por el núcleo del material reprimido “original” sobre elementos relacionados con él. La represión no implica la absoluta y completa eliminación de ese pensamiento, al contrario que en la psicosis, como veremos que sí ocurre. En la neurosis, la realidad y sus elementos son afirmadas en un sentido muy básico pero desalojados de la conciencia. El afecto y el pensamiento están conectados, tal y como defienden también terapias de corte cognitivo como la Terapia Racional Emotiva de Albert Ellis. La represión ejerce una separación, “un divorcio” entre el afecto y el pensamiento, siendo éste excluido de la conciencia. Este es el motivo por el cual los analistas a menudo se encuentran con personas en consulta que dicen sentirse vacíos, tristes, ansiosos o culpables sin saber por qué. O bien las razones que esgrimen no parecen corresponderse en modo alguno con la magnitud del afecto que los acompaña. La carga afectiva perdura cuando el pensamiento ha sido reprimido, llevando a la persona a buscar explicaciones a ese sentimiento. Esto, es decir, la ausencia del pensamiento pero la presencia de un afecto arrollador son muy comunes en la neurosis histérica. En la neurosis obsesiva, el pensamiento puede estar presente pero no suscitar afecto alguno. Tenemos por ejemplo pacientes que relatan haber sufrido acontecimientos gravísimos pero éstos no suscitan absolutamente ninguna reacción afectiva. Aquí, el analista trata de traer esos afectos disociados al aquí y ahora del análisis. El retorno de lo reprimido:
Cuando un pensamiento se reprime, queda latente, no desaparece. Trata de expresarse allá donde pueda, conectándose con otros pensamientos relacionados. Estas expresiones adoptan la forma de lapsus, sueños, actos fallidos y síntomas. En este sentido, Lacan afirmaba que “lo reprimido y el retorno de lo reprimido son uno y el mismo”. Aquello que ha sido apartado de la conciencia aparece aparece de forma maquillada a través del olvido de un nombre, la rotura “accidental” de un regalo, o el rechazo hacia el cariño de una madre que desvela la represión del niño de su deseo por la madre. Otro ejemplo de esto son las interrupciones o irrupciones.
Existen multitud de ejemplos para exponer el retorno de lo reprimido. En cualquiera de estos casos, algún deseo está siendo sofocado. Para Lacan, el síntoma neurótico cumple el papel de la lengua que permite expresar la represión (Seminario III, p.72). Se trata de un mensaje dirigido al Otro. La insatisfacción del deseo y el deseo imposible o neurosis histérica y neurosis obsesiva : El neurótico obsesivo se caracteriza por su deseo imposible. El obsesivo puede, por ejemplo, anular o negar al Otro. Por ejemplo, mientras hace el amor, el neurótico obsesivo puede fantasear que está con otra persona, negando de esta manera la importancia de la persona con la que está. El deseo en la neurosis obsesiva es imposible: cuanto más próximo a su satisfacción se encuentra el obsesivo lo sabotea.
Es por ello, por ejemplo, que en la neurosis obsesiva sea frecuente encontrar narrativas de una persona (el obsesivo) que se enamora de alguien inalcanzable o establecer requisitos extremadamente estrictos a sus parejas y allegados. En la neurosis histérica, el sujeto adopta la posición de objeto de deseo del Otro. Asimismo, el sujeto puede identificarse con un par y desearlo como si fuese él. Es decir, desea como si estuviese en su posición. A menudo podemos encontrarnos con parejas donde uno aprecia ciertas cosas y el/la contrario/a acaba deseándolas. En la histeria, se detecta en el Otro un deseo, un consecuente posicionarse como objeto de satisfacción de ese deseo pero luego negar dicha satisfacción para seguir manteniéndolo vivo (el deseo). La neurosis obsesiva y la neurosis histérica en el análisis: Dado que el obsesivo intenta neutralizar al Otro, cuanto más obsesivo sea, menores serán las posibilidades de que se analice. El obsesivo puede, intelectualmente, llegar a aceptar la existencia del inconsciente, pero no la idea de que éste es inaccesible sin la ayuda de otra persona. Refiere dificultades, pero se limita a hacer un “autoanálisis” que toma la forma de llevar un diario, escribir sus sueños o preocupaciones de la semana. Comúnmente, el obsesivo vive su vida en rebelión contra uno o todos los deseos de sus padres, pero niega cualquier relación entre lo que hace y lo que sus padres quisieron que hiciera.
La primera maniobra que ha de efectuar el analista es asegurarse de que el obsesivo entienda que el Otro no puede ser anulado o pasado por alto. Es decir, tratará de impedir los intentos del obsesivo de repetir eso con el analista. Los analistas que trabajan con obsesivos están familiarizados con la tendencia de estos pacientes a hablar y hablar, interpretarse a sí mismos o asociar, sin prestar atención a las puntuaciones del analista. Éste muchas veces ha de hacer un auténtico esfuerzo para evitar que el obsesivo arrase con sus intervenciones, ya que suele tener la sensación de que el paciente se interpone en el camino de lo que quería decir. Podemos pensar, teniendo en cuenta lo anterior, que en la neurosis histérica el paciente será un paciente ideal, ya que éste está atento al deseo del Otro. Asimismo, el paciente quiere saber en estos casos. Es por esto que en la histeria es fácil pedir la ayuda del analista, pero también es difícil para ella trabajar una vez está en el proceso analítico. En el caso de que el analista acceda a darle al paciente lo que busca, es probable que éste lo cuestione, lo desarme y encuentre la falla en el saber del analista: esto la convierte en la prueba de que puede complementar el saber del analista. A menudo pueden resultar un desafío para los terapeutas, dado que pueden hacerles sentir que no están a la altura de la comprensión de la situación. Se convierten así en amos del saber del analista, ya que le empujan a saber y prontamente. En la histeria es frecuente que el sujeto traiga un nuevo síntoma cuando el anterior se resuelve.