No recuerdo exactamente cuántos años tenía por aquel entonces, pero sé que aún era pequeña. El suceso que voy a compartir ocurrió unos años antes de mi décimo cumpleaños. No recuerdo (de forma precisa) lo que había sucedido, tampoco la razón exacta por la que estaba disgustada, simplemente recuerdo que me sentía así y que el disgusto en cuestión se había prolongado varios días. ¿por qué elegir entonces compartir una historia en la que faltan más datos de los que realmente se tienen? La respuesta es simple: Porque recuerdo exactamente cómo me sentí al vivirla y eso es lo importante.
Movida por la tristeza que sentía, recuerdo haber hablado con uno de los adultos más cercanos de mi contexto sobre lo que me estaba sucediendo. La respuesta que recibí, fue la siguiente. -“Bueno, esto no puede seguir así, algo hay que hacer y tienes que poner de tu parte”. Puede que me equivoque al reflejar las palabras exactas de la respuesta en cuestión (han pasado ya muchos años), sin embargo, recuerdo de manera inequívoca la expresión facial y el tono emocional que la acompañaron. Cualquiera podría pensar que el mensaje trasmitido fue positivo. Después de todo, el adulto en cuestión me estaba dejando saber que quería resolver la situación y ayudar. Sin embargo, yo me preocupé, me tensé y me abrumé. Pensé: “Oh-Oh, X está preocupado y estresado, y es por mi culpa”. A lo largo de mi vida, he pensado varias veces en la escena que acabo de describir y con el tiempo, he sido capaz de clarificar algo que experimenté pero que en su momento no era capaz de nombrar: Sentí una sensación de urgencia, como si se me estuviesen transmitiendo que tenía que “ponerme bien rápido” (a pesar de que esas palabras nunca fueron dichas en voz alta). Era como si no hubiese espacio para mis emociones, y a pesar de estar completamente segura de que el aducto en cuestión me quería, de que yo le importaba y de que tenía las mejores intenciones para conmigo, su respuesta, orientada a la acción y a la resolución de problemas se quedó corta. Le faltó el paso previo esencial: La validación emocional.
¿Qué es la validación emocional y por qué es tan importante?
Las experiencias que vivimos a lo largo de nuestras vidas despiertan emociones. La existencia humana no puede ser comprendida sin tomar las emociones en consideración y son esas mismas emociones las que nos permiten conectar con los demás. Validamos a alguien cuando somos capaces de transmitirle que sus experiencias, pensamientos y emociones tienen sentido (razón de ser), que aceptamos sus experiencias internas y que, por ende, los aceptamos a ellos. La validación es un acto de conexión humana, sincera y verdadera y toda persona necesita experimentarlo, de manera constante, a lo largo de su vida. La validación emocional transmite mensajes muy sustanciales: Te veo, me importas te comprendo (o intento comprenderte) y estoy aquí, (sin utilizar esas palabras, per se). Si nos detenemos a pensarlo, la validación tiene una importancia vital para la vida de cualquier ser humano, sin que importe en lo absoluto su edad. Desafortunadamente, a los padres y/o cuidadores se les habla poco sobre esta tarea crucial de la crianza. Podría decirse que la validación es una necesidad emocional primaria, como la seguridad y el sentimiento de ser querido.
La validación emocional resulta de vital importancia por un sinnúmero de razones: Impacta la capacidad de identificar, nombra, expresar y comprender emociones (sean estas propias o ajenas); contribuye a la construcción y mejora del autoestima; permite la internalización del modelo “que valida” observado, lo que se traduce después en la capacidad de auto-validarse y contribuye de manera directa al desarrollo de las estrategias de regulación emocional, disminuyendo la probabilidad de desarrollar conductas impulsivas como estrategia de regulación.
Para comprender de manera detallada lo que es la validación y sobre todo cómo materializarla, resulta necesario ilustrar, a su vez, su contra punto, es decir, la invalidación emocional. Cuando una persona siente que sus experiencias, pensamientos y emociones se juzgan, condenan o minimizan (restándoles importancia) está siendo víctima de una interacción invalidante. Los efectos de entornos emocionalmente invalidantes en la infancia deja huellas a largo plazo, las cuales se extienden hasta la adultez de los individuos que han crecido en dichos entornos. Las investigaciones sobre las consecuencias de la invalidación emocional subrayan que la exposición repetida y sistemática a dicha invalidación impacta la capacidad de nombrar y expresar emociones, fomentando así la inhibición emocional, contribuyendo también a estados depresivos y al desarrollo de la tendencia de recurrir a comportamientos impulsivos (nocivos) que sirven para aliviar de manera abrupta pero puntual, un malestar emocional.
¿Cuáles son las características de la invalidación emocional?
En esencia, la invalidación emocional temprana (porque también puede haber invalidación en la adultez, claro está) ocurre cuando las figuras adultas referenciales de un niño o adolescente no se encuentran en sintonía con las necesidades y emociones que estos puedan tener y/o manifestar. En efecto, los adultos en cuestión responden desestimando, censurando o castigando (puede ser con gestos, miradas, tonos de voz…) la expresión de necesidades, pensamientos y emociones por parte de los menores. De hecho, el no acudir o no responder es la forma más primaria de invalidar. Si un niños llora, por ejemplo, calmarlo (tanto con palabras como con acciones) es una respuesta que valida, en lugar de etiquetarlo como “ llorica” lo cual lleva el mensaje implícito de: No deberías de estar llorando, no tiene sentido que te sientas como te sientes.
Si un niño expresa una necesidad, como por ejemplo “tengo hambre”, responderle dándole opciones sobre qué cosas puede comer es validarle, si por el contrario contestásemos con un “no es posible que tengas hambre, estaríamos invalidándole y transmitiéndole el mensaje (no verbal) de que la sensación corporal que está sintiendo, no es real.
Lo mismo podría suceder en lo que a emociones respecta, si un adulto le dice a un niño, “no deberías enfadarte” (cuando en efecto, lo está), contribuyendo así a que el niño aprenda que sus emociones son incorrectas, que siente cosas que no debería de sentir y por ende que desconfíe de sus emociones, de su criterio y de sus reacciones a los eventos que puedan sucederle. Si el entorno familiar falla de manera constante en la terea de prestar atención a los pensamientos, emociones y sensaciones corporales de sus miembros más pequeños, podría estar reforzando de una manera no intencionada (claro está), la desregulación emocional. Y esta es la explicación: Si las señales emitidas no son tomadas en cuenta el niño o adolescente aprendería a intensificar o escalar las expresiones de dichas señales para obtener así lo que necesita de su entorno.
¿Cómo puede entonces materializarse la validación?
¿Como pueden padres y cuidadores validar a sus chicos? Marsha Linehan, la psicóloga americana que desarrolló la terapia Dialéctico Comportamental, compuso (dentro de la misma) un apartado de validación para que los terapeutas lo utilizasen en sus sesiones con los pacientes. Aquí resulta importante realizar un breve matiz: La terapia dialectico-comportamental fue desarrollada, en un principio, para abordar el trastorno límite de la personalidad (trastorno del que la misma Linehan había sido diagnosticada). La invalidación emocional en la infancia tiene un papel casi protagónico en la vida de la mayoría de las personas diagnosticada con TLP.
La teoría detrás del apartado de validación para el uso de terapeutas, puede extrapolarse al cuidado y la crianza, para ser utilizada por padres y/o cuidadores. De los 6 niveles de validación expuestos por Linehan, utilizaré cuatro para dar ejemplos concretos sobre cómo puede validarse de una manera consciente y elegida.
Nivel uno: Presencia y curiosidad. Prestar atención es la clave. Cuando tu niño o adolescente se comuniquen contigo, sintoniza con la emoción que te estén revelando, tanto de manera verbal como gestual. Mantener un buen contacto ocular, agacharse o sentarse para colocarse a su nivel, un toque o contacto físico sutiles, etc, son formas de comunicación no-verbal que validan.
Nivel dos: Reflejar. Ser espejo. Consiste en traducir (de manera adecuada) a palabras, lo que se observa y comunicarlo al niño o adolescente. El objetivo es la comprensión de la experiencia interna de nuestros chicos sin juzgarla. Parafrasear cuando son algo más fluidos verbalmente o mayores es una excelente herramienta. Por ejemplo: -“Déjame ver si he entendido bien: Me has dicho que…. ¿es correcto?”
Nivel tres: Revelar lo que no ha sido dicho. En esencia, si el adulto ha estado prestando atención al niño o adolescente, será capaz de intuir y decodificar cosas que no han sido dichas de forma explícita. Por ejemplo, un niño puede encontrarse llorando y quejarse sobre algo que le ha hecho su hermano, sin nombrar emoción ninguna. Su adulto-referente podría intervenir diciendo: “…imagino que eso te hizo enfadar”. Para Linehan, el nivel tres se resume en: “leer la mente”. En sus formas más complejas abarca descifrar no solo lo que la persona siente, sino también sus pensamientos y aquello que se encuentre desando, entre otros. Es importante tener en cuenta el preguntar si se está en lo correcto después de “leer la mente a alguien”, para dar espacio a cualquier clarificación, ya que si no, podríamos paradójicamente invalidarle.
Nivel cuatro: Es una premisa que debe de servir como guía para funcionar: Todo comportamiento es causado por un evento o bien, constituye la respuesta a un suceso. Este es sin duda alguna uno de mis niveles preferidos, por que nos ayuda a comprender y a tener compasión. Contrario a lo que se pueda pensar, no significa (bajo ningún concepto) que cualquier comportamiento será aprobado o excusado. El siguiente ejemplo lo ilustra de manera clara: Un chico no ha realizado sus deberes y miente a su profesor. Es comprensible que el chico mienta por temor a las consecuencias que el no haber hecho sus deberes pueda traerle. El adulto puede comunicarle al chico que entiende que puede haber habido miedo (nivel 3 o nivel 2 si el chico ha explicado que sintió temor) y que la mayor parte de los animales (humanos incluidos) hacen cosas para protegerse cuando sienten miedo. Sin embargo, esas cosas no siempre son las más sabias, sirviendo solo a corto plazo, y empeorando la situación a la larga. A partir de ahí se podría adoptar una estrategia de resolución de problemas para pensar en posibles opciones que permitan al chico corregir su comportamiento disfuncional.
Si eres un adulto troncal en la vida de un menor, un padre/madre, un cuidador, un profesor, un tío o tía o un primo mayor, ten presente el profundo impacto que la validación puede tener en el desarrollo emocional de los niños adolescentes presentes en tu vida. No importa si se trata de una conversación trivial, profunda o de una charla seria sobre las reglas, valídale por favor.
Departamento Psicológico, Psicoterapéutico y Coaching
Psicóloga
Niños, adolescentes y adultos
Idiomas de trabajo: Español e inglés