En la última década, y más aún después de la pandemia del COVID-19, nos hemos vuelto más conscientes de la importancia de la salud psicológica, y muchos encuentran más normalizado acudir a terapia. La era digital actual, con las redes sociales, los famosos y los influencers, ha provocado un cambio significativo en la forma en que percibimos y entendemos la salud psicológica, y la terapia ya no es sólo para «locos». Oímos hablar de las luchas de la gente, de sus problemas, de cómo aceptan sus problemas y de cómo intentan gestionarlos. Esto es bueno, ya que los problemas psicológicos pueden afectar a nuestras vidas tanto o más que los problemas físicos. Las etiquetas diagnósticas, antes solo usadas en las consultas de psicólogos y psiquiatras, se han normalizado cada vez más, y palabras como «ansiedad», «depresión», «trauma» y «disociación» han pasado a formar parte de nuestro vocabulario cotidiano cuando describimos cómo nos sentimos. Aunque este cambio tiene sus méritos y efectos positivos, la mayor atención y el uso diario de etiquetas diagnósticas también han introducido algunos retos de los que debemos ser conscientes. Este artículo explora los pros y los contras de las etiquetas diagnósticas, reconociendo su creciente importancia en nuestro mundo digitalmente conectado.
¿Qué son las etiquetas diagnósticas?
Las etiquetas diagnósticas son términos utilizados por psiquiatras y psicólogos clínicos para describir y clasificar problemas de salud psicológica específicos que puede estar experimentando una persona. Un diagnóstico especifica distintos síntomas, sentimientos, pensamientos o comportamientos que una persona experimenta o emite. Dependiendo de la frecuencia, intensidad y afectación de estos síntomas en la vida diaria y la calidad de vida, se puede dar un diagnóstico. Un diagnóstico no explica necesariamente por qué una persona está luchando, pero puede ayudar a describir con qué está luchando, siendo un término que se utiliza cuando se presenta un cúmulo de síntomas juntos.
La normalización de las etiquetas diagnósticas
Los famosos, los influencers y las redes sociales han desempeñado un papel crucial a la hora de derribar las barreras que rodean a los debates sobre la salud psicológica. Muchas personalidades han hablado abiertamente de sus luchas y experiencias con diagnósticos como la ansiedad, la depresión o el TDAH. Esta transparencia ha ayudado a aumentar la concienciación y a reducir el estigma asociado a los problemas psicológicos y las enfermedades mentales, animando a otros a buscar ayuda y a compartir sus propias historias.
Además, las redes sociales ofrecen espacios para que las personas se pongan en contacto con otras que comparten experiencias y diagnósticos similares. Han surgido grupos de apoyo y comunidades en línea que ofrecen un valioso apoyo entre iguales y recursos para quienes se enfrentan a las complejidades de la salud psicológica. Sin embargo, esta mayor visibilidad de los problemas psicológicos y de las etiquetas diagnósticas también plantea importantes cuestiones sobre su uso, comprensión y posibles consecuencias. Por ejemplo, podemos ver a famosos promoviendo el uso de ansiolíticos y antidepresivos, potentes tratamientos psicofarmacológicos. El uso de medicación para problemas psicológicos puede ser muy útil como herramienta a corto plazo para facilitar la implementación de cambios y el desarrollo de buenas herramientas y estrategias, sin embargo, esto debe ser evaluado en cada caso específico con un profesional de la salud mental. Publicitar el uso como algo que cambiará tu vida y te quitará los problemas puede ser bastante perjudicial. No sólo no es cierto, a día de hoy no tenemos una pastilla que por sí sola nos quite los problemas psicológicos, hacen falta más cosas para tratar un problema psicológico, sino que además, si el uso de medicación es el único plan de tratamiento que se sigue, entonces habrá que estar medicado el resto de la vida, lo que se ha demostrado que tiene efectos limitados. Es bueno eliminar el estigma de los tratamientos psicofarmacológicos, ya que a veces son necesarios y no son problemáticos. Sin embargo, algunos clientes han acudido a terapia pensando que están en negación o que han reprimido sus problemas por ser la única persona de su grupo de amigos que no está tomando ansiolíticos o antidepresivos en ese momento, pensando que debe haber algo malo en ellos. En este caso, puede que hayamos llevado la normalización demasiado lejos, ya que la medicación debería ser una herramienta útil cuando es necesaria, y no una necesidad humana básica.
Ventajas de las etiquetas diagnósticas
El uso de etiquetas diagnósticas puede ser una herramienta útil para los profesionales, ya que permite la comunicación entre disciplinas y profesionales diferentes. Puede ser útil a la hora de investigar determinados problemas y tratamientos, y dar pautas sobre cómo intervenir cuando se encuentran problemas psicológicos.
Para muchas personas, recibir un diagnóstico supone un alivio, ya que sienten que ahora existe una palabra o una explicación para lo que les ocurre, y que no es algo por lo que estén pasando solas. La normalización de las etiquetas diagnósticas ha proporcionado validación y reconocimiento a muchos individuos, y saber que otros tienen experiencias similares puede reducir los sentimientos de aislamiento y animar a las personas a buscar la ayuda que necesitan. Las etiquetas diagnósticas sirven de lenguaje común y permiten a las personas comunicar sus experiencias de forma más eficaz. Cuando las personas utilizan etiquetas como «depresión» o «ansiedad social», se facilita la comprensión y se fomenta la empatía, tanto dentro como fuera de la comunidad de salud mental.
En muchos sistemas sanitarios, las etiquetas diagnósticas son necesarias para la cobertura del seguro y la asignación de fondos. Un diagnóstico reconocido puede garantizar que las personas tengan acceso a los recursos financieros necesarios para apoyar su proceso terapéutico.
Los contras de las etiquetas de diagnóstico
Aunque el uso y la normalización de las etiquetas diagnósticas tienen muchas ventajas, hay algunos problemas que debemos tener en cuenta a la hora de utilizarlas.
A pesar de los aspectos positivos de la normalización, las etiquetas diagnósticas todavía pueden conllevar un estigma, incluso en la sociedad actual, más abierta y tolerante. Persisten los prejuicios y las ideas erróneas sobre determinadas enfermedades mentales, lo que conduce a la discriminación y el aislamiento social. Es posible que algunas personas sigan evitando buscar ayuda o revelar sus problemas por miedo a recibir una etiqueta diagnóstica, a pesar de que cada vez hay una mayor concienciación y normalización de los problemas psicológicos. A veces, recibir un diagnóstico también puede tener un efecto negativo en otros ámbitos de la vida de una persona. Por ejemplo, en algunos países, es posible que haya que pagar más por el seguro médico si se ha recibido un diagnóstico.
Las etiquetas diagnósticas pueden introducir sesgos tanto en el tratamiento como en la percepción. Los clínicos pueden centrarse en la etiqueta en lugar de en las necesidades y puntos fuertes únicos del individuo, y en las funciones específicas que pueden tener los problemas. Por lo tanto, nos centraríamos más en la descripción del problema y sus síntomas en lugar de en su causa específica y su mantenimiento actual. Además, las etiquetas pueden incluso reforzar los problemas experimentados, ya que pasan a formar parte de la identidad de la persona. Por ejemplo, una persona puede evitar o estar exenta de ciertas situaciones debido a su diagnóstico, cuando quizá hubiera podido gestionarlas mejor o peor. También puede hacer que sea más difícil mejorar, ya que uno podría centrarse más en el diagnóstico que en el tratamiento, haciendo que el diagnóstico dure para siempre cuando no tiene por qué ser así.
El uso cada vez mayor de etiquetas diagnósticas en nuestro vocabulario cotidiano ha llevado a un riesgo potencial de sobrepatologización, en el que las variaciones normales en el comportamiento y las emociones se etiquetan como trastornos. El resultado puede ser una medicalización y tratamientos innecesarios. Por ejemplo, hoy en día oímos con más frecuencia «estoy ansioso por el examen» y «eso me deprimió mucho» en lugar de «estoy nervioso» o «estoy triste», que son emociones perfectamente normales que a veces necesitamos tener y experimentar. Estas emociones no son problemáticas ni algo que deba tratarse, ya que las emociones negativas son una parte necesaria de la vida humana, siempre que no empiecen a afectar a su funcionamiento diario o a su calidad de vida en general.
El proceso de diagnóstico no es infalible. Pueden producirse diagnósticos erróneos debido a la complejidad de los trastornos mentales, a la superposición de síntomas o a métodos de evaluación inadecuados. Una etiqueta incorrecta puede conducir a un tratamiento inadecuado, a veces incluso haciendo que la persona se sienta peor. Además, es importante recordar que todas las personas y sus luchas son diferentes. Dos personas con ansiedad pueden necesitar dos intervenciones completamente distintas, aunque se les pueda poner la misma etiqueta diagnóstica. Si utilizamos un plan o protocolo de tratamiento estandarizado con un determinado diagnóstico, es posible que no ayudemos a la persona de la mejor manera posible. Aunque las etiquetas pueden dar poder, también tienen el potencial de reducir a las personas a un conjunto de síntomas, eclipsando su singularidad, función y complejidad. Además, nuestros problemas no son estáticos y deben evaluarse continuamente. Los síntomas que presentábamos cuando recibimos el diagnóstico cambian, sobre todo con el tratamiento adecuado, y por tanto puede que ya no cumplamos los criterios del diagnóstico establecido.
Esto no quiere decir que si limitamos el uso de etiquetas diagnósticas signifique que las luchas o problemas de una persona no son tan graves y que es culpa de la persona pasar por ello. No debería ser necesario un diagnóstico para que un problema sea grave o requiera atención y tratamiento. Siempre hacemos lo mejor que podemos con los recursos que tenemos en ese momento, pero a veces lo mejor que hacemos puede no ayudarnos lo suficiente para empezar a sentirnos mejor, y también puede acarrear otras consecuencias negativas.
Equilibrio: utilizar las etiquetas diagnósticas con prudencia
En esta nueva era de normalización de las etiquetas diagnósticas y de influencia del mundo digital, es esencial que tanto los psicólogos como las personas las aborden con cuidado y consideración, y sean conscientes de sus pros y sus contras. Eliminar el estigma y normalizar los problemas psicológicos es esencial, y las plataformas de medios sociales son una gran herramienta para lograrlo. Sin embargo, hay que tener cuidado con la forma en que se hace, para no patologizar en exceso emociones o problemas negativos normales, ya que esto puede convertirse en problemas aún peores. También debemos tener cuidado con a quién escuchamos y seguimos en las redes sociales, ya que hay mucha información errónea sobre los problemas psicológicos en las redes sociales.
Sobre la autora
Amalie Hylland es psicóloga sanitaria en Sinews. Está especializada en el análisis y modificación de la conducta, trabajando con adolescentes y adultos. Tiene experiencia en trabajar con varias problemáticas, incluyendo el manejo de la ansiedad, fobias y pensamientos rumiativos, el desarrollo de habilidades asertivas y sociales, la autoestima, procrastinación, autolesiones y la conducta obsesiva compulsiva. Su orientación es terapia conductual, integrando técnicas y herramientas basadas en la evidencia para ayudar el cambio de los pensamientos, emociones y conductas que nos causan problemas.