Evolución de los Diagnósticos Relacionados con la Transexualidad

Evolución de los Diagnósticos Relacionados con la Transexualidad

AVISO: Este artículo contiene lenguaje obsoleto y patologizante de realidades que en ningún caso son consideradas trastornos por las asociaciones de psicología o psiquiatría de referencia a nivel nacional o internacional. El lenguaje utilizado en este artículo refleja la evolución que las instituciones académicas y sanitarias han tenido a lo largo de la historia y se incluye aquí para reflejar cómo el acercamiento de las instituciones a las reivindicaciones sociales influye la categorización de las realidades estudiadas.

Este artículo es una continuación del que recientemente publiqué sobre la evolución histórica de los diagnósticos que la Asociación Americana de Psiquiatría atribuyó a lo largo de los años a las personas con una orientación sexual no normativa. Es decir, con una orientación sexual distinta a la heterosexualidad.

El anterior artículo no tendría tanto sentido si no publicase también este justo después, pues la idea de escribir ambos es la de poder ver cómo la evolución de los diagnósticos asignados a personas con orientaciones sexuales no normativas es sorprendentemente parecida a la de los diagnósticos asignados a personas trans.

Evolución de los Diagnósticos Relacionados con la Transexualidad en los Manuales DSM de la Asociación Americana de Psiquiatría

Como en el anterior artículo, a continuación haré un repaso de los diferentes diagnósticos que la Asociación Americana de Psiquiatría ha adjudicado a las personas trans a lo largo de las diferentes ediciones del DSM.

DSM-I (1952)

En la primera edición del DSM no se menciona explícitamente la transexualidad.

DSM-II (1968)

El DSM-II propone una categoría para Trastornos Sexuales, si bien es limitada y mayormente enfocada a la homosexualidad y otros «desórdenes de desviación sexual». La transexualidad no está separada de otras realidades, sino que distintas formas de inconformidad con los roles de género se englobaron, de forma general, como Desviación Sexual.

DSM-III (1980)

El DSM-III representó un cambio significativo al introducir por primera vez el término «Trastorno de Identidad de Género» (GID, por sus siglas en inglés), definido como una incongruencia persistente entre el sexo biológico y la identidad de género experimentada o expresada por la persona. Este fue un primer intento de reconocer formalmente la transexualidad dentro de un marco clínico.

El diagnóstico de GID se clasificaba bajo un nuevo capítulo denominado «Trastornos Psicosexuales«, que incluía además otros trastornos relacionados con la sexualidad. Sin embargo, esta clasificación fue criticada por patologizar la identidad de género no congruente con el sexo asignado al nacer.

DSM-III-R (1987)

En la versión revisada del DSM-III (DSM-III-R), se mantuvo el diagnóstico de Trastorno de Identidad de Género, pero se realizaron algunas modificaciones en los criterios diagnósticos. La transexualidad seguía siendo vista como un trastorno mental.

DSM-IV (1994)

En el DSM-IV, se mantiene el Trastorno de Identidad de Género, pero se añaden distinciones para evaluaciones en niños, adolescentes y adultos. Esta categoría causó controversia debido a la implicación de que las variantes de género en la infancia fueran vistas como patológicas.

DSM-IV-TR (2000)

El DSM-IV fue revisado en 2000. Se mantuvo el diagnóstico de “Trastorno de Identidad de Género” con algunas modificaciones, manteniendo las categorías y criterios establecidos en la versión anterior. El manual seguía bajo la crítica de la comunidad trans y de activistas por seguir incluyendo a las realidades trans dentro de etiquetas patologizantes.

DSM-5 (2013)

La publicación del DSM-5 marcó un cambio importante en la forma en que la Asociación Americana de Psiquiatría aborda la transexualidad. El término «Trastorno de Identidad de Género» fue reemplazado por «Disforia de Género«. Este cambio se expone como un esfuerzo por reducir la estigmatización asociada con el diagnóstico, al enfatizar que no es la identidad de género en sí misma la que es problemática, sino el malestar significativo que puede experimentar una persona trans en el contexto actual.

Además, el DSM-5 introdujo criterios diagnósticos más detallados, diferenciando la disforia de género en niños de la experimentada en adolescentes y adultos. También se reconoció explícitamente que no todas las personas con incongruencia de género experimentan disforia significativa, con el fin de aclarar que la transexualidad ya no se ve inherentemente como un trastorno mental.

DSM-V-TR (2022)

El DSM-5-TR (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, Texto Revisado) supone una revisión del DSM-V, añadiendo pequeños cambios a la edición de 2013, incluyendo algunos cambios clave en relación con la disforia de género para reflejar mayor precisión y conocimiento de la realidad social de la que se habla:

  • El término "género deseado" ha sido reemplazado por "género experimentado", lo que subraya que la identidad de género es una experiencia interna y no solo un deseo de cambio.
  • La frase "procedimiento médico de cruce de sexo" ha sido actualizada a "procedimiento médico de afirmación de género", reflejando un enfoque más respetuoso y afirmativo hacia las intervenciones médicas relacionadas con la identidad de género.
  • Se ha modificado el lenguaje referente al sexo asignado al nacer. Los términos "varón natal" y "mujer natal" ahora se describen como "persona asignada como varón al nacer" o "persona asignada como mujer al nacer", lo cual refuerza la distinción entre sexo asignado y género experimentado.
Evolución de los Diagnósticos Relacionados con la Transexualidad 2

Perspectivas futuras

La evolución del diagnóstico relacionado con la transexualidad en los manuales del DSM refleja un proceso continuo de revisión y actualización conforme avanza la comprensión sobre la diversidad de género. Se espera que futuras revisiones sigan despatologizando las identidades trans y se enfoquen más en ofrecer un marco de apoyo para aquellas personas que experimentan disforia de género, más que en clasificarlas dentro de un contexto patológico.

La categoría actual de “Disforia de Género” no está libre de controversia pues recibe críticas similares a las que la categoría de “Homosexualidad Egodistónica” recibió en su época. También hay argumentos, de un corte más práctico, a favor de la misma por la exigencia de aseguradoras y servicios de salud de la presencia de un diagnóstico que justifique intervenciones de reafirmación de género en personas trans. Sin embargo, hay quien argumenta que ya existen condiciones naturales, como el embarazo, que requieren de intervenciones médicas sin necesidad de un diagnóstico patologizante, por lo que la misma lógica podría aplicarse a las intervenciones orientadas a mejorar la calidad de vida de las personas trans.

Sobre el autor

Jorge Jiménez Castillo es psicólogo en SINEWS, donde ejerce en inglés y español. Trabaja a diario con población local e internacional y tiene un largo historial estudiando la realidad del colectivo LGTBIQ+ dentro y fuera de la clínica. Trabaja desde un enfoque cognitivo-conductual con intervenciones basadas en la evidencia y considera que para dar una atención psicológica de calidad hay que conocer las desigualdades que atraviesan a los usuarios y explorar cómo interseccionan entre ellas.

Jorge Jiménez Castillo
Departamento Psicológico, Psicoterapéutico y Coaching
Jorge Jiménez Castillo
Psicólogo
Adultos y adolescentes
Idiomas de trabajo: Español e inglés
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Evolución de los Diagnósticos Relacionados con la Transexualidad en los Manuales DSM de la Asociación Americana de Psiquiatría

Evolución de los Diagnósticos de Homosexualidad

AVISO: Este artículo contiene lenguaje obsoleto y patologizante de realidades que en ningún caso son consideradas trastornos por las asociaciones de psicología o psiquiatría de referencia a nivel nacional o internacional. El lenguaje utilizado en este artículo refleja la evolución que las instituciones académicas y sanitarias han tenido a lo largo de la historia y se incluye aquí para reflejar cómo el acercamiento de las instituciones a las reivindicaciones sociales influye la categorización de las realidades estudiadas.

Como suele pasar con las ideas que parecen propias, no tengo claro si los planteamientos de los que parten este artículo y el siguiente que publicaré como continuación del mismo son de cosecha propia o el resultado de haberlo leído al respecto en algún lado. Probablemente lo segundo, por lo que agradezco enormemente a todas las personas que escriben sobre derechos y la importancia de una práctica ética dentro de las instituciones.

Hace tiempo que tengo claro que la originalidad está sobrevalorada y, si alguien tiene buenas ideas, es mejor escucharlas, interiorizarlas y elaborarlas para que puedas ampliarlas de forma que tengan sentido dentro de tu propia visión del mundo y, en mi caso, la evidencia científica de la que dispongo. Así, pido disculpas por no citar autores en estos artículos, pero me es difícil señalar a alguien en específico. Sin embargo, sí que me gustaría hacer mención a Devon Price, un psicólogo social que hace una increíble labor de divulgación. Puede parecer sorprendente que yo, como psicólogo sanitario que hace terapia en una clínica, mencione a un psicólogo social como persona de referencia para temas relevantes sobre mi trabajo. Sin embargo, por mi afán de hacer un trabajo basado en la evidencia, conceptualizo mi trabajo en consulta desde el análisis de conducta, al ser un enfoque centrado en la interacción de la persona con su entorno. Por lo tanto, quién mejor para ayudarme a ampliar mis horizontes que un experto en el campo de la psicología social.

Desde que caí en la cuenta, pienso recurrentemente en que la evolución de las etiquetas diagnósticas atribuidas a las realidades de las personas trans es asombrosamente similar a la de las etiquetas atribuidas a las personas con orientaciones sexuales no normativas. La despatologización de la gente no heterosexual es algo ampliamente aceptado desde hace tiempo por todas las instituciones de psicología y medicina, pero aunque la despatologización de las personas trans sigue el mismo camino, aún seguimos sin haber llegado a completar dicho proceso debido en gran parte, creo yo, a que la sociedad aún no ha terminado de entender y aceptar la existencia de personas que se identifican con un género distinto al asignado al nacer en base a sus genitales.

Los diagnósticos incluidos en el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, publicado por la Asociación Americana de Psiquiatría) y otras clasificaciones son producto de su época, pues reflejan los intereses de la sociedad y los paradigmas más aceptados por los psiquiatras en el momento de su publicación. Así, he decidido hacer una comparación de la evolución de los diagnósticos asignados a la homosexualidad (y otras orientaciones sexuales no heterosexuales) y a las realidades trans.

Evolución de los diagnósticos asociados con la homosexualidad

Las diferentes ediciones del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM, por sus siglas en inglés) han clasificado de forma diferente la realidad de las personas homosexuales, reflejando cambios en la percepción social de la homosexualidad con el paso del tiempo.

DSM-I (1952)

«Trastorno sociopático de la personalidad – Desviaciones sexuales»: En la primera edición del DSM, escrita en 1952, se atribuye a las personas homosexuales un Trastorno Sociopático de la Personalidad, dentro de la subcategoría de “Desviaciones Sexuales”, reflejando un claro sesgo negativo hacia ellas.

DSM-II (1968)

La homosexualidad sigue incluida dentro de las “Desviaciones Sexuales” en el DSM-II. Sin embargo, esta vez se añaden diferentes subcategorías de realidades clasificadas como desviaciones sexuales. Así, la homosexualidad aparece en esta edición junto a categorías como el fetichismo, tavestismo, pedofilia y sadismo, entre otras.

Presión para el Cambio: Durante la década de 1960 y principios de 1970, debido al creciente movimiento de derechos civiles y la presión que activistas LGBT ejercen, la gente de a pie y los profesionales empiezan a hablar de la posibilidad de eliminar la homosexualidad como diagnóstico psiquiátrico.

DSM

Eliminación de la Homosexualidad del DSM-II (1973):

En 1973, la Junta de Directores de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) toma la decisión de eliminar la homosexualidad como un trastorno mental tras una votación. En su lugar, se crea una nueva categoría, la de “Perturbaciones de la Orientación Sexual”. Esta nueva etiqueta no interpreta a la homosexualidad como un trastorno en sí misma, sino que sirve como diagnóstico para las personas homosexuales que se sienten en conflicto con su orientación sexual.

DSM-III (1980)

En la tercera edición del DSM, la anterior categoría «Perturbación de la Orientación Sexual» es sustituida por la nueva etiqueta de «Homosexualidad Egodistónica», asignada a personas a las que su orientación sexual les causaba angustia y tenían deseos de cambiarla.

DSM-III-R (1987)

En la revisión del DSM-III se procede a la Eliminación de la Homosexualidad Egodistónica como diagnóstico. Sin embargo, sigue siendo posible asignar un diagnóstico a las personas que experimenten malestar persistente, causado por la propia orientación sexual. Para ello, se incluye esta realidad dentro de “Trastornos sexuales no especificados”, una categoría más laxa.

DSM-IV (1994)

A partir de la cuarta edición del manual, se elimina completamente cualquier alusión a la homosexualidad como un trastorno mental, al entenderse que la diversidad sexual es parte de la variabilidad humana normal. El sufrimiento relacionado con la condición sexual propia deja de tener una categoría concreta, al entenderse que una etiqueta específica para gente con orientaciones sexuales no normativas puede ser estigmatizante y que una persona puede sufrir por muchos motivos diferentes, por lo que no es necesario crear tantas subcategorías.

Homosexualidad

Implicaciones y Reflexiones

Si bien en la cronología presentada más arriba se resumen los cambios técnicos en el manual de la Asociación Americana de Psiquiatría, cabe decir que estos cambios fueron claramente influenciados por las duras críticas que recibieron los diagnósticos arriba mencionados. A los profesionales que crearon dichas categorías diagnósticas se les reprochó, entre otras cosas, la falta de rigurosidad científica de las teorías en que se basaron para justificar su inclusión.

Considero muy importante el reconocimiento de la labor de quienes tanto dentro como fuera de las instituciones de psicología y psiquiatría hicieron por facilitar estos cambios.

Gracias a quienes mantienen una actitud crítica antes las instituciones y quienes hacen ver que la ciencia y sus aplicaciones prácticas están influenciadas por las realidades sociales de la época.

Sobre el autor

Jorge Jiménez Castillo es psicólogo en SINEWS, donde ejerce en inglés y español. Trabaja a diario con población local e internacional y tiene un largo historial estudiando la realidad del colectivo LGTBIQ+ dentro y fuera de la clínica. Trabaja desde un enfoque cognitivo-conductual con intervenciones basadas en la evidencia y considera que para dar una atención psicológica de calidad hay que conocer las desigualdades que atraviesan a los usuarios y explorar cómo interseccionan entre ellas.

Jorge Jiménez Castillo
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Por qué la salud psicológica también es comunitaria?

¿Por qué la salud psicológica también es comunitaria?

Cuando una persona está sufriendo y se le anima a hablar con un psicólogo, es frecuente pensar que ella es la única que necesitará cambiar su forma de comportarse y relacionarse con el entorno. Es lógico tener este planteamiento, pues es el resultado de lo que llamamos “sesgos cognitivos”, procesos mediante los cuales las personas buscamos simplificar la ingente cantidad de información con la que trabajamos para ordenarla y encontrar patrones. Al hacer esto, creamos “atajos” que, si bien no son del todo fieles a la realidad, nos ayudan a crear explicaciones y tomar decisiones. De esta manera, cuando observamos a una persona que lo pasa mal, es fácil observar comportamientos que nos llaman la atención y deducir que ellos son la fuente del problema y no el resultado de complejas cadenas de eventos. Sin embargo, en este artículo vamos a profundizar en los motivos por los que este planteamiento tiende a quedarse corto.

Para ir entrando en materia, veamos la definición oficial de la OMS de salud: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. De esta forma, se resalta la importancia del contexto. Por ende, cuando un individuo presenta ciertos comportamientos, vulnerabilidades o dificultades estos siempre van en paralelo a la realidad social de su entorno.

El trabajo en terapia

En terapia trabajamos con el individuo y, debido a los sesgos arriba mencionados, es fácil actuar como si él fuera la única fuente de problemas y soluciones. Sin embargo, buena parte de los esfuerzos en terapia se dirigen a trabajar la forma en que la interpreta la realidad y se relaciona con su entorno, empoderándole, cuando es necesario, para aprender a navegar situaciones sociales. No podemos olvidar que la asertividad es, a la hora de poner límites, un pilar fundamental en el proceso terapéutico de numerosos usuarios de servicios de salud mental.

En muchas ocasiones, también es decisivo hacer un importante trabajo de educación y concienciación del entorno de la persona. Esto tiene sentido si tenemos en cuenta que es habitual que las personas de su entorno pueden tener un papel activo en el mantenimiento de las situaciones que están perpetuando el problema. Como consecuencia, el proceso terapéutico puede llegar a ser todo un reto tanto para el individuo como para su entorno, pues no siempre es fácil encontrar culpables y soluciones rápidas.

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En el entorno familiar

En el ámbito familiar podemos encontrar diferencias intergeneracionales, fruto de imaginarios colectivos y pautas de socialización diversas. A pesar de las mejores intenciones por parte de los padres, es frecuente que los planes y objetivos familiares no estén alineados con las necesidades y retos a los que realmente se enfrentan los hijos en ese momento. Esto, sin darnos cuenta, puede dar lugar a sobreexigencia, perfeccionismo y baja autoestima, entre otros.

También cabría contemplar los casos en los que uno de los progenitores recibe una carga desproporcionada sobre los cuidados, por ejemplo, responsabilidades tales como las tareas del hogar, el mantenimiento económico de la unidad familiar o sostener emocionalmente a los hijos. En estas situaciones, si bien es importante hacer por mantener el equilibrio, no siempre se consigue debido a una carga excesiva.

Población extranjera

A mi despacho llega mucha gente que se ha trasladado desde otros países. La mayoría me cuenta que está contenta con la decisión, pues viene a España por motivos laborales o académicos. Sin embargo, por mucho que estas personas hayan tomado la decisión consciente de venir aquí, es inevitable que una mudanza de tal calibre también conlleve una pérdida de apoyo social. Esta es una consecuencia previsible al haber dejado atrás a la mayor parte de las personas que formaban su red de apoyo. Si, además, su país de origen tiene una notable diferencia horaria con el actual, no solo pierden la posibilidad de ver en persona a su gente más allegada, sino que incluso las comunicaciones telemáticas adquieren una dificultad adicional, pues cuadrar horarios se vuelve más difícil que nunca. Hay momentos en los que, incluso si se consigue encontrar un hueco para hablar, la diferencia horaria hace que una persona esté lista para, por ejemplo, relajarse en el sofá y la otra tenga que estar pendiente de las tareas que le quedan por completar ese día.

Un cambio de país también viene, inevitablemente, con nuevas costumbres y normas sociales que es indispensable aprender e interiorizar sobre la marcha. Este proceso es muy enriquecedor, pues acaban ampliando horizontes, descubriendo maneras completamente diferentes de vivir y relacionarse. Con todo eso, y aunque el balance sea positivo, también puede ser una importante fuente de inestabilidad añadida a la que hay que prestar atención.

Por qué la salud psicológica también es comunitaria? 3

Estrés de Minoría

Otra área en la que se puede observar la importancia del apoyo comunitario es el caso de las minorías que presentan rasgos, contextos y problemáticas distintivas respecto a lo normativo. Son muchas las veces en las que esto conlleva consecuencias críticas pueden deteriorar la salud psicológica de los individuos, tal y como explica Meyer con su teoría sobre el “estrés de minoría”. Este enfoque es aplicable a colectivos tales como personas LGTBIQ+, de etnias diversas o de condiciones que se alejen de la neurotipicidad, como el autismo, el déficit de atención o las altas capacidades. Para estas personas, no siempre es fácil encontrar un entorno en el que poder cubrir sus necesidades y sentirse acogidas. Es por esto, que buena parte del trabajo que se hace en terapia consiste en que la persona busque crear lazos con personas parecidas a ella, así como educar a su entorno sobre la manera en que su estatus de minoría está afectando a su bienestar.

Actividades y espacios físicos

La comunidad, los lugares que habitamos y nuestro bienestar interno se encuentran íntimamente ligados. Cuando en terapia se anima a la persona a cultivar hobbies, es importante aclarar que la relevancia de los mismos va más allá de la necesidad de realizar actividades agradables que nos den sensación de plenitud y energía. Los hobbies también son una manera muy sana de crear vínculos con otras personas afines a nosotros.

Las relaciones humanas son necesarias. Es indudable que las personas necesitamos frecuentar espacios en los que relacionarnos de manera sana. En este sentido, cabe destacar la necesidad de que existan entornos en los que el consumo de alcohol u otras sustancias no sean centrales en la interacción, pues se corre el riesgo de que sea difícil el disfrute de dichos espacios para personas que tengan problemas de adicción. Esto es una queja frecuente de hombres gays que no se sienten cómodos socializando en bares de ambiente, pues aunque disfrutan de la compañía de sus amigos y conocidos, la alta disponibilidad de alcohol en estos entornos acaba siendo un importante quebradero de cabeza.

Otro requisito del espacio es la importancia de que haya acomodaciones que permitan la presencia de personas discapacitadas. Estas adaptaciones, como la regulación de los niveles de ruido o la presencia de ascensores e indicaciones claras, realmente benefician a todo el mundo, siendo éste un ejemplo claro de cómo la inclusión de una minoría es beneficiosa para el grupo entero.

Por último, me gustaría poner en valor la creciente importancia que tienen los espacios virtuales para mucha gente, pues llegan a funcionar como puntos de encuentro para individuos con características compartidas. Además, hay poblaciones, como es el caso de las personas autistas, que se benefician especialmente de la existencia de entornos virtuales en los que tienen menos dificultad para interactuar.

Por qué la salud psicológica también es comunitaria? 2

Co-regulación

Se habla mucho de la autorregulación emocional como un pilar fundamental del bienestar psicológico y, efectivamente, lo es. Otro tipo de regulación de la que no se habla tanto es la co-regulación. Los seres humanos tenemos una increíble capacidad para detectar expresiones emocionales en los otros y, con una comunicación efectiva, somos capaces de entender las necesidades emocionales del resto. Por tanto, podemos modular tanto nuestras emociones como las de las personas de nuestro entorno, ya sea para activarnos como para calmarnos.

Este increíble recurso tiende a subestimarse, pero es muy valioso siempre que se dé entre personas que se tratan como iguales y que tienen una buena comunicación sobre sus necesidades y límites.

Entonces, ¿no soy responsable de mi propio bienestar?

Sí y no. Pero sí. Depende. Eres responsable de hacer una evaluación realista de tu situación y de comprometerte a cambiar lo que esté en tu mano, pero también es primordial entender que somos seres sociales que dependemos los unos de los otros y, por tanto, tu bienestar y el de quienes te rodean siempre han estado y estarán íntimamente interrelacionados.

Sobre el autor

Jorge Jiménez Castillo es psicólogo en SINEWS, donde ejerce en inglés y español. Trabaja a diario con población local e internacional y tiene un largo historial estudiando la realidad del colectivo LGTBIQ+ dentro y fuera de la clínica. Trabaja desde un enfoque cognitivo-conductual con intervenciones basadas en la evidencia y considera que para dar una atención psicológica de calidad hay que conocer las desigualdades que atraviesan a los usuarios y explorar cómo interseccionan entre ellas.

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¿Qué es el estrés de minoría y cómo afecta a las personas LGTB+?

¿Qué es el estrés de minoría y cómo afecta a las personas LGTB+?

Para combatir desigualdades es esencial construir enfoques científicos en torno a los derechos humanos. Así, más allá de la existencia de leyes que velen por los intereses de las comunidades desfavorecidas, los investigadores y profesionales de la salud deben ser conscientes del impacto que su trabajo tiene sobre dichas comunidades y hacer lo que esté en su mano por fomentar la igualdad. Si bien puede haber diferentes opiniones sobre cómo apoyar a grupos en situación de desigualdad – por ejemplo, London (2008) defiende la importancia de dar voz a aquellas personas a las que se quiere ayudar para evitar caer en paternalismos – considero que, sea cual sea la perspectiva que adoptemos, es imprescindible conocer la realidad de los colectivos cuyos derechos queremos preservar, por lo que he decidido hablar aquí de la relación entre las condiciones de las minorías sexuales y el efecto que tienen en su bienestar psicológico.

Discriminación, estrés y bienestar psicológico

En España, el último informe realizado por el Ministerio del Interior (2021) sobre los delitos de odio refleja que en 2021 se registraron 530 delitos de odio motivados por homofobia y transfobia. Las agresiones y los incidentes de discurso de odio motivados por la orientación sexual o identidad de género de la víctima han ido en aumento en los últimos años y componen el 25,86% de todos los delitos de odio registrados en España en 2021.

Las minorías sexuales, es decir, las personas no heterosexuales, sufren discriminación en todos los países del mundo y enfrentarse frecuentemente a un entorno social desfavorable puede facilitar la aparición de estrés (Saavedra & Robles, 2016).

¿Qué es el estrés de minoría y cómo afecta a las personas LGTB+? 1

Además, aunque un entorno social adverso conlleva un aumento del estrés para todas las personas (Dohrenwend, 2000) las discriminación que sufren las minorías tiene unas características concretas. Así, con el objetivo de distinguir el estrés específico que solo experimentan las minorías (ya sean raciales, sexuales o de cualquier otro tipo) y basándose en varios trabajos de psicología social y sociología, el psiquiatra Ilan Meyer (1995, 2003) desarrolló el modelo de estrés de minoría según el cual las minorías están expuestas a determinados estresores (estresores de minoría) solo por el hecho de pertenecer a un grupo discriminado.

Para Meyer (2003), el estrés de minoría se caracteriza por ser:

  • Único: es diferente al resto de estresores a los que personas no estigmatizadas están expuestas.
  • De origen social: se origina en estructuras sociales, procesos e instituciones sobre las que el individuo afectado no tiene control.
  • Crónico: está ligado a estructuras sociales relativamente estables en el tiempo.

Los estresores de minoría que Meyer (1995, 2003) considera específicos de las minorías sexuales son: la homofobia interiorizada, las experiencias de discriminación o violencia, el estigma percibido y la ocultación de la orientación sexual.

El estigma percibido consiste en las expectativas que se tienen de sufrir rechazo y discriminación, las cuales facilitan la aparición de sensaciones de alienación y miedo respecto a la sociedad, así como de una alta vigilancia tanto del entorno como del propio comportamiento, lo cual requiere una gran cantidad de energía (Allport, 1954; Cohen et al., 1986). Entonces, las minorías sexuales se enfrentan tanto a estresores puntuales (experiencias de violencia) como a otros que pueden más sutiles y persistentes (estigma percibido).

Hay una asociación causal y robusta entre la presencia de estrés y la aparición de episodios de Depresión Mayor, respaldada por una gran cantidad de investigaciones sobre el efecto que sobre la salud tienen tanto los eventos vitales estresantes (Hammen, 2005; Mazure, 1998) como los estresores continuos y repetitivos, los cuales pueden tener un efecto acumulativo (Juster, McEwen & Lupien, 2010) que puede llegar a ser tan dañino como los picos de estrés producidos por eventos vitales especialmente estresantes (Rojo-Moreno, Livianos-Aldana, Cervera-Martinez, Dominguez-Carabantes & Reig-Cebrian, 2002).

¿Qué es el estrés de minoría y cómo afecta a las personas LGTB+? 2

Para entender las consecuencias a largo plazo de la discriminación, Pearlin y colaboradores (1997, 2005) acuñan del concepto de “proliferación del estrés”, el cual hace referencia a un encadenamiento causal de estresores. Este modelo asume que, incluso después de que los efectos directos de un estresor puedan haber desaparecido, la exposición a dicho estresor puede haber favorecido la aparición de nuevos estresores que no desaparecen a la vez que el estresor inicial. En la misma línea, Hatzenbuehler (2009) afirma que los mayores niveles de estrés a los que las minorías sexuales están expuestas como consecuencia del estigma favorecen la aparición de problemas interpersonales, desregulación emocional y procesos cognitivos disfuncionales. A su vez, estos problemas y procesos median en la relación entre el estrés de minoría y la aparición de psicopatología. De esta forma, la exposición a estresores relacionados con la discriminación no solo favorece que aparezcan nuevos estresores, sino que puede afectar a la manera en que la persona afronta dichos estresores.

Protección frente al estrés de minoría

Autores como Savin-Williams (2008) han reprochado que la perspectiva del estrés de minoría ha llevado a algunos investigadores a centrarse excesivamente en la discriminación que sufren los grupos estigmatizados y a ignorar los mecanismos de afrontamiento y apoyo social de los que la minorías disponen. Así, aunque las personas con una orientación sexual no normativa experimentan mayores niveles de estrés y eso puede traducirse en un aumento significativo de malestar psicológico que experimentan, también es posible que el impacto del estrés de minoría se vea atenuado por factores protectores, como una sólida identidad de grupo (Schmitt, Branscombe, Postmes & Garcia, 2014), el afrontamiento de minoría (del cual hablaré en el siguiente párrafo) o, incluso, que en aquellas personas expuestas a niveles relativamente bajos de estrés de minoría la exposición continuada al estrés reduzca la probabilidad de que un evento traumático desencadene una depresión mayor (Cairney, Boyle, Offord & Racine 2003). Además, identificarse como parte de una minoría puede influir en el efecto de nuevos estresores dependiendo de la relación que la persona tenga con esa parte de su idendidad y del nivel de integración que esta identidad tiene con el resto de identidades de la persona (Thoits, 2013).

Jones (1984) estudió el “afrontamiento de minoría” (minority coping), que es la habilidad de las minorías de crear estructuras empoderantes que ayuden a combatir el estigma que sufren. Los recursos que una minoría tiene para lidiar con la discriminación pueden clasificarse en individuales y grupales, aunque la diferencia entre ambos no esté claramente delimitada. Los recursos individuales son, por ejemplo, aquellos que dependen de la personalidad de un individuo, y los grupales son aquellos que actúan a niveles sociales.

La afiliación entre personas de una minoría:

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  • Posibilita el acceso a ambientes sociales en los que no hay prejuicios contra ellos por pertenecer a esta minoría y donde, por lo tanto, no hay exposición a estresores que sí existen en otros ambientes.
  • Acceso a apoyo frente a los prejuicios que hay contra el grupo estigmatizado.
  • Individuos con una fuerte identidad de grupo tienden a evaluarse a sí mismos comparándose con personas de su mismo grupo en lugar de compararse con personas de la cultura dominante (Pettigrew, 1967).
  • Ser parte de un grupo puede facilitar la reevaluación de la situación estresante, reduciendo su efecto nocivo sobre el bienestar psicológico del individuo. Así, el grupo valida la experiencias y sentimientos de las personas pertenecientes al grupo estigmatizado. De hecho, esta reevaluación es la piedra angular de las terapias psicológicas que buscan empoderar a quienes pertenecen a grupos discriminados.

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