La “psicología de calle”
Tras varias crisis globales, económicas y sociales, así como la crisis sanitaria aún renqueante, cada vez se habla más de los problemas psicológicos que afectan a la sociedad. El hecho de “hablar más” no es única o necesariamente positivo, sino que puede verse más bien como un arma de doble filo.
Por un lado, al multiplicarse el número de psicólogos/as que comparecen en los medios, así como el tiempo dedicado en tertulias, se visibilizan en mayor medida los problemas psicológicos de la sociedad y se les otorga una mayor “importancia”. La población está cada vez más familiarizada y concienciada acerca del alcance que pueden tener estas dificultades y el impacto que tienen en la vida diaria de las personas.
Sin embargo, al tratarse de asuntos del día a día, sobre los que todo el mundo puede opinar puesto que todos los seres humanos “nos comportamos” (pensamos, sentimos, actuamos), los términos psicológicos empiezan a desvanecerse, a perder precisión y mezclarse con el lenguaje cotidiano. Esta desvirtuación de los términos es muy propia de la psicología y es precisamente uno de sus inconvenientes, pues inunda “lo psicológico” de mitos y creencias que crean una neblina en la que es complicado separar la paja del trigo.
La “autoestima de calle”
La autoestima es una de esas palabras que se encuentran sumergidas en la “psicología de a pie”, y nos encontramos con cientos de libros de autoayuda, productos con eslóganes sobre quererse a uno mismo, cursos para ser feliz y “aumentar” tu autoestima, e incluso ideas y proverbios en el lenguaje cotidiano que pueden crear una ilusión de claridad respecto a un concepto que en general poco tiene de claro. Se habla de “tener una baja autoestima” como causa de problemas profesionales, psicológicos o sociales, de una “alta autoestima” como prerrequisito para ser exitoso o feliz, y se enumeran consejos por doquier para aumentarla. Pero… ¿Qué es la autoestima?
La Real Academia de la Lengua Española nos define la autoestima como “la valoración generalmente positiva de sí mismo”.
Por su parte, la APA (Asociación Americana de Psicología) la define como el grado en el que las cualidades o características contenidas en el autoconcepto se perciben como positivas, y expone que un grado razonablemente alto de autoestima se considera un “ingrediente importante de la salud mental”, mientras que una baja autoestima es un síntoma común de la depresión.
Parece que las definiciones que tenemos o bien nos dan una vaga impresión de lo que estamos hablando, o bien nos mezclan la autoestima con otros constructos que también habría que explicar (¿qué es eso del autoconcepto?). Además, empezamos a hablar de ingredientes y de buena salud mental. A lo mejor me diréis que son tonterías, y que todo el mundo entiende la metáfora del ingrediente. Y yo diré que en los detalles está el diablo. Y me explico… El lenguaje es la principal herramienta que tenemos para hacernos una idea de lo que nos rodea, transmitirlo, y “asir” la realidad… y tiene un poder enorme a la hora de interpretar o percibir los conceptos que utilizamos.
Cuando hablo de la autoestima como un “ingrediente”, cuando digo que Juan “tiene” una muy buena autoestima, y que Raquel “no tiene” autoestima… Estoy cosificando o mejor dicho reificando el constructo.
Estos matices respecto a la manera en que percibimos los conceptos son realmente importantes ya que se va instalando esta idea de que la autoestima es una cosa que se tiene o no se tiene dentro de sí, y a explicaciones un poco redundantes y circulares. Por ejemplo, acabamos diciendo “vaya, no soy capaz de hablar en un grupo de amigos porque no tengo autoestima” o “vaya, no me quiero a mi mismo porque mi autoestima es muy baja…” que al final llevan a un impasse en el que no explicamos nada ni sabemos cómo salir de ese callejón sin salida. Además, cuando se te repite “te tienes que querer más a ti mismo/a”, “te lo tienes que creer más” o “debes tener más autoestima”… y vemos la autoestima como una cosa que el resto tiene y nosotros no… nos acabamos sintiendo incluso culpables y frustrados por no poder encontrar esa cosa. Te pongo como ejemplo esta cita:
“Los demás sólo aman y respetan al que se ama y se respeta a sí mismo. No intentes nunca agradar a todo el mundo, o perderás el respeto de todos.”
Paulo Coelho
¿Realmente esto es así? Si me empeño toda mi vida en “encontrar” o “mejorar” esa cosa que tengo dentro de mi (autoestima) y no lo consigo, es probable que me sienta culpable y además asuma que nadie me respetará en mi vida.
Por tanto, estas definiciones, así como el concepto habitual de autoestima en el lenguaje cotidiano, nos transmiten una vaga idea sobre su significado, pero están lejos de dotarnos de las herramientas necesarias para abordarla y modificarla si fuere necesario. Además, tradicionalmente se ha puesto el punto de mira únicamente en los problemas de “baja” autoestima (como refleja la definición de la APA), obviándose en algunas ocasiones los graves desajustes emocionales y sociales que el otro extremo del espectro (una autoestima exageradamente positiva sin importar la situación) puede acarrear.
“Desmenuzando” el concepto de autoestima
En general, las conceptualizaciones actuales en torno a la autoestima hablan de actitudes (o tendencias estables de sentimientos, acciones y pensamientos) dirigidos a uno mismo.
El primer paso en el camino de desarrollar herramientas para mejorar la autoestima es encontrar una definición lo más operativa posible, que permita “aterrizar” todas las ideas anteriormente mencionadas al respecto. La definición que nos permita ir a “la raíz” de la autoestima y entender los factores que la modifican y la mantienen, será la que posibilite abordar un supuesto problema relacionado con la misma.
La Dra. Froxán y su grupo de investigación proponen en 2020 una definición que permite acercarse a la esencia de lo que entendemos por autoestima. Según ellas, la autoestima es una palabra o etiqueta que refleja las verbalizaciones con las que las personas se describen a sí mismas. Ésta puede estar compuesta por pensamientos más o menos adaptativos sobre sí mismo y el propio comportamiento, que a su vez pueden desencadenar diversas emociones que lleven a la persona a exhibir ciertos comportamientos (uno puede pensar de manera negativa sobre sí mismo, ocasionando emociones desagradables, que favorecen ciertas conductas – como por ejemplo la evitación -).
En pocas palabras, se ve la autoestima como un conjunto de verbalizaciones (o lo que nos decimos a nosotros/as mismos/as sobre nosotros/as mismos/as), que pueden generar ciertas emociones que a su vez pueden tener un efecto en cómo actuamos.
Esta definición permite acercarse de una manera más directa a la autoestima, un poco más allá del hecho de “tener o no tener” autoestima o “quererse a uno mismo”, y nos brinda una oportunidad para comprenderla y modificarla de manera más práctica.
Así, la autoestima sería un producto del aprendizaje a través de las diferentes experiencias vividas por la persona a lo largo de su existencia, y es por tanto modificable a través de los mismos procesos por los que ha sido moldeada. Imaginemos (a riesgo de “cosificar” el concepto) que la autoestima es más bien ese pedazo de barro sobre la mesa del artesano, cuyas manos representan toda la historia de experiencias de la persona. Cada movimiento de esas manos da forma al barro, cada elemento de esa historia de aprendizaje “moldea” permanentemente esa autoestima… que nunca llega a ser un producto terminado, sino que está en perpetuo cambio y adaptación según actúen las manos del artesano (o la infinidad de variables del entorno de una persona).
De esta manera, vemos la autoestima como un constructo flexible, que, aunque goce de cierta estabilidad, puede cambiar de un momento a otro en función de las variables del contexto, y es moldeable (modificable) a través de esas mismas leyes del comportamiento que le han ido dando forma hasta ahora.
Así, vemos que realmente la dicotomía creada entre “tener una baja o una alta autoestima” es algo confusa, y que en realidad lo que las personas “tienen” es un repertorio verbal más o menos ajustado para emitir una opinión sobre sí mismas. La traducción de una “baja autoestima” sería entonces un conjunto de adjetivos mayoritariamente “desagradables” o aversivos (como por ejemplo “es que soy tonta”, o “soy tan torpe que nada me sale bien”, “soy un inútil”, “soy horrible”), frente a una “alta autoestima” que sería en realidad un conjunto de verbalizaciones agradables o apetitivas.
Por tanto, el problema consiste más bien en el grado de ajuste entre dichas verbalizaciones y la realidad de la persona. Es decir, una persona puede tener capacidades adecuadas y mostrar un desempeño totalmente ajustado a la situación y en cambio describirse continuamente como “un inepto”. En el otro lado del continuo, puede suceder que una persona que, sin importar su desempeño, utilice un repertorio de adjetivos y verbalizaciones positivas muy distantes de la realidad. En ambos casos, la “autoestima” de estas personas puede conllevar problemas de ajuste con sus respectivos entornos, y el denominador común entre las dos es la discrepancia o disociación entre el discurso de la persona y su realidad.
Vamos a profundizar más en la segunda parte de este blog, donde hablaremos de cómo podemos aumentar nuestra autoestima.
Departamento Psicológico, Psicoterapéutico y Coaching
Psicólogo
Niños, adolescentes y adultos
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